domingo, 4 de noviembre de 2012

Cuando una princesa viaja en Metro...


Después de los tres puntos suspensivos del final del cuento, ese que dice “y vivieron felices para siempre…”, en pleno divorcio, Cenicienta eligió Caracas como destino para olvidar al Príncipe Azul. La encontré un lunes por la tarde, exactamente a las 5:00 pm, llorando frente a los torniquetes en la estación Chacaíto, mientras ella gritaba a todo pulmón que por favor la dejaran pasar.

El vestido de encajes blancos llamó mi atención. No lucía como cualquier loca vestida de princesa, ella tenía ese algo en la voz y en los modales que de inmediato me indicaron que ciertamente era de la realeza. Entonces me decidí a hablarle como debe uno hacerlo ante un personaje de cuentos de hadas. La llevé hasta la gran columna que está cerca de las escaleras y mientras escuchaba sus quejas sobre toda la gente que la atropelló, vi sus resplandecientes zapatillas de cristal… no me quedó dudas, era ella.

Le advertí que las zapatillas de cristal eran poco prácticas, especialmente si pensaba trasladarse en el Metro. Al principio ella creyó que la cosa era jugando, pero dos días después me pidió que la acompañara a comprar zapatos.

Me contó que simplemente le dio vueltas al globo terráqueo de cristal y puso el dedo para detener el lugar que le serviría de refugio mientras los magos abogados se encargaban de la repartición del castillo y sus bienes.

Le recomendé que cambiara su atuendo, sobre eso no hubo discusión, pero cuando llegamos al tema de los zapatos, se puso histérica. Durante dos días usó las zapatillas de cristal, pero como es despistada en grado supremo, pisó a mucha gente… y vaya que en esta ciudad no importa si llueve para arriba, caraqueña que se respete se arregla los pies y usa sandalias. Luego de varias mentadas a su señora reina, la princesa comprendió que no podía seguir aguantando insultos, cosa mucho más importante que pisar a los demás, y me pidió que la acompañara a comprar zapatos.

En menos de una semana trasladándose en El Metro, Cenicienta ya había aprendido a insultar. Con la misma voz dulce que cantaba con los ratones y los pájaros que diseñaron su primer traje de baile, entonaba las clásicas groserías de nuestro argot caraqueño. En su defensa, puedo decir que la vi muchas veces diciendo “permiso por favor” o “disculpe, lo tropecé sin querer”, pero como el retorno variaba entre “estúpida, ¿estás ciega?” o “idiota, cómprate un avión”, ella dedujo que de nada servía ser amable y se mimetizó.

Tan solo una semana después, la princesa me dijo que ya estaba lista para volver a su reino. Creo haberle escuchado algo sobre una nueva manera de interactuar con el príncipe y la reconciliación, no sé, la verdad no estoy muy segura, porque cuando nos despedíamos en la misma estación donde la encontré, el exceso de ruido de los usuarios junto con el de los anuncios de los operadores, me impidieron escuchar con claridad.

Mágicamente la vi de nuevo con su traje de princesa y sus zapatillas de cristal, entre un torbellino de colores brillantes y unos pajaritos dorados que volaban a su alrededor… no sé aún como nadie más vio aquello… lo último que le escuché fue: “chao chama, gracias por todo”.


La imagen la tomé de http://elplanetadecristal.blogspot.com/2012/03/cenicienta.html