sábado, 7 de noviembre de 2009

Como merengue para suspiro

Sobre los venezolanos se dicen tantas cosas… entre muchas de ellas: que si somos querendones, que si de todo sacamos un chiste, que somos tan dulces … y es verdad, además de ser particulares incluso entre los latinoamericanos. Todo eso tiene una razón, nos han hecho ser así y eso es indiscutible. En Venezuela, los procesos que deberían ser normales, o que por lo menos son comunes en otras partes del mundo, se resuelven con métodos muy sui generis y muchas veces por el camino más difícil, razón por la cual, al estar tan acostumbrados a transitar por el camino tortuoso y en el intento de no morir de estrés, de todo hacemos un comentario jocoso, siempre con el argumento de que hay que reírse de la desgracia si no se puede hacer nada en contra de ella.


Somos muy dulces, de eso no cabe duda. En cada región de este país hay una característica típica que se resume en un hablar muy dulce, como el de los andinos; en un humor tan cálido y kinestésico –que incluye abrazos, besos y cualquier otro tipo de contacto humano y se convierte en dulce- como el de los zulianos, o en la dulzura y hospitalidad de los orientales. Caracas no escapa de esa confitería humana, sólo que en la ciudad capital el fenómeno ha traspasado las barreras de lo subjetivo y ha tocado el terreno de lo físico. Dada la superpoblación que tenemos y los altos niveles de agresividad por falta de espacio, de modales y de ciudadanía, el Metro, siempre pensando en el bienestar de sus usuarios y con sus refinadas e innovadoras estrategias de soluciones, ha diseñado un plan para sacarnos la melaza, pero de verdad verdad. Lo entendí muy bien cuando en los niveles más elevados de congestión de pasajeros, sin aire acondicionado en los vagones, una sabia voz gritó: -“Dios mío, esto es un horno”. Ese simple y decente quejido reveló el plan secreto. “Nos están deshidratando para garantizar nuestro reconocido estatus de dulces en el mundo, nos están haciendo conserva”, me dije, es igual al proceso que usan con las deliciosas frutas deshidratadas que compro siempre en la tienda naturista; nos tratan como merengue para suspiro… ¡¡¡Claaaaro!!! ¡Esa es la explicación por la cual cuando hay tanta gente el aire está apagado!, y yo tan mal intencionada creyendo que era la ejecución caprichosa de una mente sádica que gozaba asfixiando a los usuarios, o que gracias a la terrible planificación nunca le hacen mantenimiento preventivo a los equipos, o que los gerentes son tan ineptos que pasan por alto esas pequeñeces, cuando en realidad el propósito de que todo el mundo sude y sude, se desmaye, se estrese y aflore el más profundo sentimiento de frustración por no poder respirar decentemente no es otro que el de sacarle el dulce, que no es igual a sacarle la piedra. Si se hace una proyección de lo que ocurre, hay que reconocer que la idea es brillante, ya que como valor agregado existe también una solución, por ejemplo, para esos momentos en que comprar azúcar es casi como comprar dólares en el mercado negro, pues con tanto mela’o en la piel bastará con meter el dedito en la taza para endulzar el café. ¡¡¡Y que no se diga que aquí hay fuga de cerebros!!! Me encanta mi Metro.


Y hablando de talento y dulzura en Venezuela, acompaña esta entrada Melao de caña interpretada por El Sonero del Mundo, Oscar D' León


miércoles, 7 de octubre de 2009

¿Para qué sirve una espalda?

¿Para qué sirve una espalda? Esta no es una pregunta retórica. Una espalda, cualquiera, tanto en el Metro como en las camionetas de Caracas, tiene más usos que para lo que fue naturalmente diseñada. Una espalda ajena, por ejemplo, puede servir para evitar una caída cuando el chofer de la camioneta frena de repente o cuando estás a punto de desmayarte porque el vagón no tiene aire acondicionado; para recostar al bebé que se lleva cargado o los paquetes y carpetas que se llevan en la mano; sirve como método de liberación de estrés mientras te distraes contando lunares u observando tatuajes cuando la cola no avanza; como almohada si vas de pie, tan cansado, en la hora pico, y no hay un solo asiento disponible. La espalda propia sirve exactamente para lo mismo que la espalda ajena, y no hay derecho a protesta si todos estamos en las mismas circunstancias: atrapados en la cola, en manos de conductores psicópatas que nunca tomaron clases de manejo o no fueron a la sesión donde enseñaban a frenar; cansados y con sueño por el largo día de trabajo, o estresados y al borde del desmayo porque sólo respiras aire caliente. Afortunadamente siempre hay una espalda amiga, cuyo nombre ignoras o te lo inventas, pero que queriendo o no te brinda su apoyo… ¡y pensar que aún hay personas que se quejan!


En la imagen está Atlas, sosteniendo el mundo con su magnífica espalda. La imagen la tomé prestada de http://rebobinado.blogspot.com/

miércoles, 23 de septiembre de 2009

¡Mañana pongo, carajo!


Qué difícil resulta caminar cuando apenas tienes espacio para respirar, y más cuando uno no camina, sino que a uno lo caminan, a juro, a empujones, a codazos, ¡a lo que sea! Esa es la realidad de la hora pico en el metro, en mi tan amado metro de mis tormentos.


Son las 7:45 am, todos necesitan llegar a tiempo a donde sea que deban ir; todos se quieren montar en el mismo vagón; los de atrás empujan y gritan; empujan y requetegritan; empujan y empujan. Quienes están más cerca de la puerta del vagón deben sostener muy bien la cartera, la carpeta, la bolsita con el almuerzo, la bolsita de tela de florcitas llena de quién sabe qué cosas que nunca se usan durante el día pero que hay que llevarlas; el morral adicional, la bolsita de las medicinas, papel tualé (en Venezuela se dice así), toalla de manos con tira bordada; la torta que hizo la abuela y que uno lleva para repartir en la oficina; la lonchera de la niña, la niña, el morral de la niña; los audífonos, los lentes y, además de eso, luchar contra las marmotas que se atraviesan en la puerta porque se van a bajar en la estación siguiente. Pero no importa, si eres caraqueño eres fuerte también, guerrero, echaopalante, multifuncional, súper elástico, mago y… bueno, te la calas porque así es el metro en la hora pico y punto, no tienes más remedio.


Pero hay cosas que uno no puede tolerar por más caraqueño que sea, ¡no señor!, por ejemplo, que a uno le echen la culpa de empujar cuando todos saben que eso siempre lo hace “el de atrás”, situación para la cual hay expresiones típicas de reclamo y respuesta (reclamo: -“¡¡¡Coooñooo, deja la empujadera, animal!!!” respuesta: - “¡¡¡ ah no mijita(o), vete en taxi – o cómprate un carro, o vete en helicóptero, etc-!!!)”. Tampoco es aceptable la falta de cortesía, o de educación como decimos aquí, cuando alguien pese a toda la revuelta de la hora pico lastima al prójimo y no se disculpa; o como en el caso que hoy me ocupa, que es cuando amablemente ofreces disculpas y el otro te responde con una grosería, creo que esa es peor que la anterior.


Hoy tuve una visión en medio del despelote típico de la mañana. Sin querer pisé a un señor y me disculpé, la verdad no quise hacerlo pero “me empujaron”, y él, lejos de aceptar mi amable disculpa, con un tono bien grosero me respondió: -“¡¡¡mañana pongo, carajo!!!” Luego de digerirlo, pensé… ¿por qué no? En realidad sería muy interesante si por cada pisotón hubiese, por lo menos, una postura de huevo. Qué plan tan bueno para sustituir a los gallineros verticales, qué gran producción tendría Venezuela, incluso para exportar, solución muy creativa para generar divisas ante un posible agotamiento del petróleo, o como donativo para calmar el hambre en los países más necesitados que el nuestro… o para aumentar los ingresos propios del sistema Metro e invertir en campañas destinadas a rescatar los buenos modales, la tolerancia, el respeto, ¡¡¡valores pues!!!, esos que dicen extrañar tanto nuestros ciudadanos pero que cada día tienen menos importancia. ¡Cuántas cosas podría hacer si mi abuelita tuviese manubrios y fuese bicicleta!

La imagen, como ven, es de la simpática gallina que está enamorada del Gallo Claudio… me encanta esa gallina y su platónico amor, tan platónico como se me hace tratar de arreglar tantas cosas que veo en la calle. La dirección de donde libremente tomé la imagen es http://polidiseno.wordpress.com/2007/02/27/ahmed-y-como-esta-tu-novio-patricia-onigiri-y/

viernes, 11 de septiembre de 2009

Las propiedades mágicas del “chicharrón pelúo”



En todas las culturas han existido alimentos y sustancias mágicas, incluso en la actualidad hay algunos a los cuales se les atribuyen poderes que ni la misma ciencia ha podido superar, por ejemplo los derivados del mar que alargan la vida, repotencian el espíritu y levantan el “ánimo” – todo al mismo tiempo-; los que se extraen de animales salvajes que curan desde el asma hasta el cáncer; la baba de caracol, más efectiva que cualquier cirugía plástica, entre otros aun más poderosos que se anuncian en cualquier .com y que con sólo verlos moldean la figura, lo vuelven más inteligente y hasta le salvan su matrimonio. ¡Desde que era niña siempre escuché que los guarapos curan todo! Y hasta ayer creí tener en mi memoria un registro impecable de recetas para lo que sea… hasta que el operador del metro provocó un corto circuito en el glosario de yerbas y demás cosas comestibles heredado de mi abuela…

Eran las 11 de la mañana, entré en Plaza Venezuela, dirección Palo Verde, cuando en la estación siguiente el operador dijo: -“Estación Bellas Artes”. Inmediatamente todos nos quedamos asombrados, por un momento quienes nos percatamos del error nos sentimos desorientados, comenzaron las caras de horror de aquellos que viajaban con el tiempo contado y un señor gritó: -“¿Y éste qué comió?”, a lo que otro rápidamente, con cara de Grissom agarrando un insecto en cualquier episodio de CSI, respondió: -“Ése no comió arepas… ése comió “de otra cosa”…

“¿Otra cosa?”, pensé yo… ¿qué cosa poderosa comió el operador que lo transportó dos estaciones más allá y en sentido contrario? y mientras observaba las caras de los demás, otro señor dijo: - “¡A ése lo que le dieron fue chicharrón pelúo del bueno!”. Todos soltaron, a lo venezolano, la carcajada, señal inequívoca de conocer el “alimento” y sus propiedades. En Venezuela el “chicharrón pelúo” está entre los principales platos favoritos de los comensales masculinos, obviamente de los que permanecen en las filas de la heterosexualidad; sobre él se hacen chistes, cuentos increíbles, canciones, incluso algunos humoristas viven de recrearlo en sus presentaciones… y ahora es motivo de peligro para los conductores porque causa desorientación. Los científicos, ingenieros y legisladores de esta época tendrán un trabajo interesante, deben, aparte de crear nuevas leyes de tránsito, diseñar un aparato que detecte los niveles de chicharrón en los conductores, algo parecido al alcoholímetro… y en el metro habrá que prohibirles a los operadores que lo consuman antes de ir a trabajar, pues con la cantidad de caballeros que han cambiado el chicharrón por la salchicha, seguro hay muchos casos de sobredosis… ¿será acaso esa la razón por la cual nuestro principal sistema de transporte público es un caos?

La imagen de bajé de http://images.google.co.ve/imgres?imgurl=http://www.cinestatic.com/infinitethought/uploaded_images/piggy-759268.jpg&imgrefurl=http://www.cinestatic.com/infinitethought/2008_09_01_infinitethought_a.asp&usg=__hTb8ZtW20-VoI_EqWPcaRt0AAfY=&h=408&w=300&sz=32&hl=es&start=9&um=1&tbnid=gthciglIDMHa2M:&tbnh=125&tbnw=92&prev=/images%3Fq%3Dmiss%2Bpiggy%26hl%3Des%26um%3D1

martes, 16 de junio de 2009

Pégate un poquito más mi amor

Si usted nunca ha sido tocado, abrazado o apretujado y quiere tener un encuentro cercano de todos los tipos, no pierda su tiempo y vaya de paseo por el Metro de Caracas en horas pico. Sé que en otros sistemas de transporte público como este también se produce la aglomeración de pasajeros, sin embargo en Venezuela, tan particular como siempre, hay algo que hará de esta experiencia una de esas que uno guardaría para contársela a los nietos.


Entre las 6:30 y 8:30 am y después de las 4:00 y hasta aproximadamente las 7:00 pm, usted puede tener la seguridad de que recibirá calor humano quiera o no. Pero lo interesante de la experiencia va más allá del apretujón y del respiro en la nuca, del pisotón o del agarrón de nalgas, lo verdaderamente valioso de ese contacto cuerpo a cuerpo con desconocidos de cualquier género está en lo creativo de las frases que acompañan el acto casi íntimo, pero público del amapuche que bien podría promocionarse como atractivo turístico de nuestra ciudad capital.


Los estilos de comunicación varían, por supuesto, según el tipo de apechugamiento, del humor casi siempre de quien está siendo apretujado y de si quien brinda su calor es simpático o, por lo menos, bien intencionado. He escuchado frases como “pégate un poquito más mi amor”; “si quieres me llevas para tu casa”; “déjame verte para saber cómo me va a salir el muchacho”; “si quieres te lo llevas para tu casa (se refiere generalmente a las nalgas) y lo pones de timbre”; “por lo menos dime cómo te llamas”; “gózalo y luego me cuentas”; “después de esta por lo menos me invitas unas cervezas”, entre muchas, unas más jocosas, otras llenas de ira y de indignación, otras con palabras que no me gustaría registrar aquí, en fin, otras y otras.


Siempre converso con mi querida comadre sobre este tema y aún no podemos comprender qué motivó a los ingenieros, planificadores y demás involucrados del proyecto de lo que se supone es el sistema de transporte más importante de la ciudad, a construir algo que desde que nació se sabía sería insuficiente, según la forma como ha y sigue aumentando la población en Caracas. Mi única conclusión: obsesión por el contacto humano y retribución con efecto espejo, a causa de ausencia de amapuches, apretujones, apechugamientos y demás formas de recibir cariño cuerpo a cuerpo, del principal involucrado en el proyecto y bueno, como estrategia para asegurarse de que nadie más sufra por causas similares, la construcción de andenes y vagones lo menos espaciosos posible.


Finalmente, como eso ya es parte de la realidad de quienes viajamos día tras día en esos vagones del amor forzado, no queda otra que, al menos, ponerse un perfumito…


Esta foto la bajé de http://farm2.static.flickr.com/1177/761115235_e3af3df839.jpg

lunes, 15 de junio de 2009

La dulce abuelita de Piolín

Todos aquellos que saben de qué se trata la frase “fantasías animadas de ayer y hoy presenta…”, inevitablemente tienen en su memoria los esperados momentos de las comiquitas, que sólo se podían ver en horarios específicos, pues no existía ningún canal dedicado sólo a ello, como hoy que hay para elegir, todo el día si uno quiere. Muchas de esas que llamamos clásicos permanecen frescas en mi memoria, porque me gustaban muchísimo y porque no he dejado de verlas, sólo que en versiones diferentes.

Puedo asegurar que casi a diario veo, por ejemplo, a la abuelita de Piolín en las horas pico, por supuesto en el Metro. Cuando la vi por primera vez, cuando esa abuelita me permitió evocar aquellos dulces momentos de mi infancia, lo único que pude hacer fue reírme a solas porque no hallé con quién compartir el viaje en el tiempo; pero ahora, después de verla tan seguido y de ser parte del episodio y, en ocasiones, víctima de ella, no me parece tan gracioso como preocupante.

Esa abuelita ya tiene, diría yo, un arquetipo. Sé que el tema es delicado, especialmente porque se ha reforzado el respeto y la consideración a las personas de la tercera edad, cosa con la que estoy de acuerdo, pero cuando se trata de abuso la edad no es una excusa, sobre todo por parte de quienes han vivido más, pues se supone que han tenido más años de entrenamiento en el uso de las buenas maneras, costumbres, hábitos, de lo que en casa se llama “educación” y usarlas debería ser tan natural como respirar.


Nuestra singular abuelita tiene aspecto dulce e inofensivo, usa el Metro en horas pico, se ubica en los vagones más congestionados; se coloca en cualquier parte de la cola –sin siquiera pedir permiso o disculpas por haberte clavado el tacón con todas sus fuerzas justo en el dedo donde tienes un callito de esos que matan-; reparte codazos con una habilidad única, como si estuvieran poseídas por Jackie Chan –en esos momentos la osteoporosis desaparece mágicamente y en su lugar salen unos codos retráctiles de adamantium-, de sus tiernas bocas arrugaditas salen unas mentadas de madre que llegan, por lo menos, a la tercera generación y para rematar, si llevan el clásico paraguas o el bastón agarrado con sus manos huesuditas y entrenaditas de tanto hacer deliciosas arepitas dulces con anís y queso rallado, pueden superar la habilidad de cualquier samurai. Me pregunto si el Metro funcionaría mejor con un equipo de abuelitas como estas que con el cuerpo de seguridad que posee. A propósito de la sesión de imaginación creativa de la que ya hablé, creo que estas señoras podrían formar una especie de escuadrón secreto contra el hampa que cada día crece más en nuestro Metro… seguro seguro tienen éxito.

La imagen la tomé prestada de http://pre-juicios.blogspot.com/2007_08_01_archive.html

viernes, 12 de junio de 2009

El Architicket de Metro… todo en uno


Definitivamente todo es del color del cristal con que se mire y bueno, no encontré inicio tan apropiado como este lugar común tan común.

Hace algunos años leí en un libro, cuyo nombre no recuerdo en este momento, una de esas técnicas que se usan en las dinámicas de grupos de nombre algo así como “sesión de imaginación creativa”. La técnica en cuestión consiste en tomar un objeto cualquiera y darle tantos usos como se pueda, mejorarlo, adaptarle cosas que nadie jamás imaginaría y hacer de él un nuevo objeto que se ajuste a un sin fin de necesidades. Como norma para aplicar esta técnica, los participantes deben evitar hacer comentarios negativos o burlarse de la creación o de sus usos. Me parece interesante poner a funcionar el cerebro más allá de lo que está establecido, y pensar en darle nuevos usos a los objetos digamos que es una práctica ociosa con beneficios, por lo menos para mantener la mente ocupada en esos momentos en los que sólo puede uno pensar, imaginar, fantasear.

He visto sesiones de imaginación creativa muy geniales, porque trascienden el pensamiento y se van directo a la práctica. Una de ellas es la que se da, por ejemplo, con el ticket del metro. Nunca imaginé la cantidad de usos que la gente le da más allá de atravesar el torniquete. He presenciado cómo lo usan para sacar el sucio de las uñas (de las uñas propias, las de la pareja, la de los niños que llevan en el regazo), para la higiene bucal (con eso se puede sacar la comida de los dientes si es una limpieza simple o para extraer cualquier cosa de las muelas, si se trata de una limpieza profunda); para anotar números de teléfono, mensajes de amor, direcciones; también como marca páginas; para matar alguna chiripita que sale del borde de algún asiento; para hacer figuritas de origami; para entretener a los niños cuando lloran; para limpiarse el exceso de maquillaje que queda en los dedos; para crear un aislante entre el metal del reloj de pulsera y la muñeca –muy útil y de uso común entre los caraqueños- y para evitar que el zapato maltrate el talón –algo así como un sustituto de las curitas-. Tal vez los responsables de mercadeo del Metro deberían pensar en que, lejos de botar todos los tickets que quedan en los depósitos de los torniquetes, podrían promocionar todos sus potenciales usos y así contribuir, además, con la conservación del ambiente reciclando ese material. ¿Por qué no?

La imagen que acompaña este texto fue tomada de http://www.metrodecaracas.com.ve/zona_interac/archivo/metrogaler%C3%ADa/metro/galmetro.htm

lunes, 25 de mayo de 2009

Pepe Le Pew encontró a su gata

De niña siempre me causó mucha risa ver los episodios de las comiquitas donde aparecía Pepe Le Pew. Me hacía mucha gracia ver cómo el zorrillo confundía a la gata que accidentalmente se había teñido el lomo con pintura blanca y más aun ver cómo la pobre evadía los intentos amorosos de él. Hoy no dejo de reconocer que pese a lo gracioso, Pepe Le Pew actuaba como un verdadero psicópata, y pienso en la gata, tan aturdida por el acoso y especialmente por el olor del zorrillo.

Hace poco tiempo regresaba a casa en Metro con una amiga. Mientras conversábamos sobre tantas cosas, surgió el inevitable tema de las p
arejas: que si qué difícil es encontrar a alguien que llene todas las expectativas; que si los que te gustan están ocupados, etc. De pronto en una de las estaciones entró una pareja muy particular, era literalmente una pareja de indigentes, y fue precisamente el olor de él lo que me hizo evocar a Pepe. Al ver el trato que él le daba a ella, tan amoroso y delicado, tan besucón y entusiasmado, pensé en cualquiera de los episodios en los cuales el zorrillo derrochaba besos y elogios sobre la gata; pero como si se tratara esta vez de un capítulo en el que por fin es correspondido, ella, nerviosilla como la gata de las comiquitas, disfrutaba el cortejo incesante, público y tierno; incluido el olor, estoy segura.

Puedo asegurar también que todos los que viajaban en el vagón estaban atentos a la escena, nadie se quejó del olor, como sí suele ocurrir cuando en horas pico se monta algún zorrillo; todos observaban a la pareja, tan romántica, tan felices y tan fuera de este mundo. Pienso que cuando no tenemos a quien amar hacemos falsos ideales de lo que pensamos que sí nos gustaría, pero la verdad es que cuando llega “ese” que despierta “eso” en el corazón, los demás sentidos se atrofian y todo se ve, se siente y huele maravillosamente bien. Lo percibí colectivamente ese día, en el que una escena de amor pudo más que el mal olor en un vagón sin aire acondicionado. Ojalá Pepe Le Pew aún la esté pasando bien.

sábado, 16 de mayo de 2009

Moco a la carta

Cuando se trata de temas tan íntimos como escatológicos, por ejemplo sobre los mocos, bien vale la pena emplear una pregunta retórica: ¿quién en su vida no se ha comido un moquito? Por supuesto que durante la infancia esta práctica suele ser divertida y hasta cierto punto graciosa y permitida. Mi hijo de 6 años aún se los come, pese a las miles de advertencias y regaños. Siempre le digo los típicos argumentos: “eso es feo”, “eso es cochino”, “eso no se hace”, “te vas a abrir un hueco adicional a los dos que ya tienes”, "un día de estos te va a salir un gusano por esa nariz", "el dedo se te va a poner verde de tanto que te lo metes en la nariz", entre otros que puedan servir para que él deje de comerse los mocos. Por supuesto que después de repetirlo tantas veces, él ha entendido que, por lo menos en público, no debe hacerlo.

A diario viajo en Metro, con mis respectivos audífonos –sobre ese tema hablaré luego-, y como tengo los oídos ocupados los ojos están alertas más allá de lo normal, así que me dedico a observar descaradamente a todo aquel que viaja en el mismo vagón. Creo que tengo material para escribir una enciclopedia sobre las prácticas más comunes de los viajeros del Metro, seguro que sí. Para no darle más vueltas al asunto, les diré que “la comedera de mocos” es una de las que más me llama la atención. Es increíble observar el nivel de abstracción, meditación y quién sabe que otro estado profundo de la mente al que llegan los comemocos, tanto que se olvidan de que hay un gentío observándolos. He visto comemocos profesionales, sí, esos que se sacan disimuladamente el menú de la nariz, lo atrapan entre los dedos índice y pulgar, lo bajan a la altura de las rodillas –generalmente van sentados- abren un poco los dedos y miran el bocado con el rabo del ojo y luego de certificar si tiene la textura y color deseado – es lo que me imagino- van y se lo comen. También están los descarados, aquellos quienes simplemente introducen el dedo, palpan el manjar y lo llevan con mucha naturalidad hasta la boca, y punto. Pero mis favoritos son los juguetones, aquellos que, luego de sacar la chuchería del horno, la toman entre sus dedos, hacen rollitos, pelotitas o quién sabe qué y luego, sin pudor alguno, la saborean con la tranquilidad del niño que está viendo alguna comiquita en la comodidad de su habitación.


No juzgo a los comemocos del Metro, ni a los que lo hacen mientras manejan o en otras situaciones; pero hay que reconocer que ciertamente la cosa se ve fea, cochina y rara, independientemente de que quien lo hace esté en pleno Nirvana. No sé si los psicólogos tienen alguna denominación científica para catalogar este hábito, la verdad no sé de ningún dios griego al que se le pueda atribuir el síndrome o complejo, así como el de Edipo; no he sabido tampoco de ningún grupo de ayuda dirigido exclusivamente a los comedores compulsivos de moco, sin embargo creo que debería hacerse alguna campaña por lo menos para que quienes disfrutan de degustar la cosa en cuestión en público, tengan piedad de quienes no lo hacen. Yo voy a contribuir con esta causa, seguiré trabajando duro para que Guille deje de comerse los mocos.