sábado, 7 de noviembre de 2009

Como merengue para suspiro

Sobre los venezolanos se dicen tantas cosas… entre muchas de ellas: que si somos querendones, que si de todo sacamos un chiste, que somos tan dulces … y es verdad, además de ser particulares incluso entre los latinoamericanos. Todo eso tiene una razón, nos han hecho ser así y eso es indiscutible. En Venezuela, los procesos que deberían ser normales, o que por lo menos son comunes en otras partes del mundo, se resuelven con métodos muy sui generis y muchas veces por el camino más difícil, razón por la cual, al estar tan acostumbrados a transitar por el camino tortuoso y en el intento de no morir de estrés, de todo hacemos un comentario jocoso, siempre con el argumento de que hay que reírse de la desgracia si no se puede hacer nada en contra de ella.


Somos muy dulces, de eso no cabe duda. En cada región de este país hay una característica típica que se resume en un hablar muy dulce, como el de los andinos; en un humor tan cálido y kinestésico –que incluye abrazos, besos y cualquier otro tipo de contacto humano y se convierte en dulce- como el de los zulianos, o en la dulzura y hospitalidad de los orientales. Caracas no escapa de esa confitería humana, sólo que en la ciudad capital el fenómeno ha traspasado las barreras de lo subjetivo y ha tocado el terreno de lo físico. Dada la superpoblación que tenemos y los altos niveles de agresividad por falta de espacio, de modales y de ciudadanía, el Metro, siempre pensando en el bienestar de sus usuarios y con sus refinadas e innovadoras estrategias de soluciones, ha diseñado un plan para sacarnos la melaza, pero de verdad verdad. Lo entendí muy bien cuando en los niveles más elevados de congestión de pasajeros, sin aire acondicionado en los vagones, una sabia voz gritó: -“Dios mío, esto es un horno”. Ese simple y decente quejido reveló el plan secreto. “Nos están deshidratando para garantizar nuestro reconocido estatus de dulces en el mundo, nos están haciendo conserva”, me dije, es igual al proceso que usan con las deliciosas frutas deshidratadas que compro siempre en la tienda naturista; nos tratan como merengue para suspiro… ¡¡¡Claaaaro!!! ¡Esa es la explicación por la cual cuando hay tanta gente el aire está apagado!, y yo tan mal intencionada creyendo que era la ejecución caprichosa de una mente sádica que gozaba asfixiando a los usuarios, o que gracias a la terrible planificación nunca le hacen mantenimiento preventivo a los equipos, o que los gerentes son tan ineptos que pasan por alto esas pequeñeces, cuando en realidad el propósito de que todo el mundo sude y sude, se desmaye, se estrese y aflore el más profundo sentimiento de frustración por no poder respirar decentemente no es otro que el de sacarle el dulce, que no es igual a sacarle la piedra. Si se hace una proyección de lo que ocurre, hay que reconocer que la idea es brillante, ya que como valor agregado existe también una solución, por ejemplo, para esos momentos en que comprar azúcar es casi como comprar dólares en el mercado negro, pues con tanto mela’o en la piel bastará con meter el dedito en la taza para endulzar el café. ¡¡¡Y que no se diga que aquí hay fuga de cerebros!!! Me encanta mi Metro.


Y hablando de talento y dulzura en Venezuela, acompaña esta entrada Melao de caña interpretada por El Sonero del Mundo, Oscar D' León