domingo, 5 de junio de 2011

La Calle del Empeño

De tránsito por Maracaibo, en la búsqueda de un patacón nocturno me encontré con una calle mágica. Las muchas luces de neón, como en una calle cualquiera de Las Vegas, resaltaban un servicio de 24 horas. ¿Casas de empeño abiertas como las farmacias de turno?, pues sí, exactamente eso, la posibilidad de ir, por ejemplo, a las 3:00 am y dejar una prenda como garantía de un préstamo. Confieso que de los servicios que pensé podrían ofrecerse toda la noche, éste me sorprendió.


Mientras comía, observaba cómo muchas personas entraban a las casas de empeño con las expresiones típicas de quien tiene un apuro y ha encontrado una forma de resolverlo, aunque a la salida la angustia fuese más obvia. Así fue durante más o menos una hora, luego todo se hizo normal y hasta justificado para mí, dada la difícil situación económica de nuestro país. Pero hubo un hecho que me atrevo a decir, me cambió la vida.


Una pareja, él de más o menos 50 y ella de unos 10 años menos, se acercó a la puerta del negocio más próximo. Dudaron antes de empujar la puerta, incluso alcancé a escuchar cuando él le dijo que no sería por mucho tiempo. Esa frase, por supuesto, me puso en alerta, era lo más atípico de la noche. Ella se quitó el anillo y él lo guardó en el bolsillo de su camisa, luego la besó en la frente, con ese gesto que evita los labios, y le acarició una mejilla. Entraron al lugar y vi a través de la tela de araña de vidrio, reja y neón cómo el hombre que la recibía le extendía la mano que ella dudó en agarrar. Él salió, lo seguí con la mirada. Caminó hasta la esquina, hizo una llamada desde su teléfono móvil. Caminó hasta la mitad de la cuadra, caminó de un lado a otro, impaciente. 5 minutos después llegó un carro negro, no sé la marca, estaba concentrada en el hombre.


Él se montó del lado del copiloto y ella, la conductora, le puso sus dos manos en el rostro, lo besó en la boca y le lamió el cuello. La luz estaba encendida. Inmediatamente él recostó por completo el asiento y ella aceleró, se pasó la luz roja y el conductor del carro que tenía su derecho a pasar le mentó la madre, tan fuerte, que todos quienes escuchamos no tuvimos más opción que recordar a las madres nuestras. Me quedé pensando en lo que acababa de ver, en la mujer dentro de la casa de empeño y sentí curiosidad por su destino. Me levanté de la silla de plástico, caminé hasta allá y dos pasos antes de pegar mi cara al vidrio, las luces se apagaron. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, el hombre que la había recibido le lamía el cuello, la besaba en la boca y ella se dejaba caer completamente en el mostrador. No quise ver más, caminé hasta la esquina y cuando volteé, adentro había una tenue luz roja.


No quise regresar de inmediato al hotel. Volví a la silla de plástico, me tomé dos cervezas y vi a otra pareja que caminaba en dirección hacia una de las casas de empeño. Se detuvieron en la puerta, ella lo besó en la frente y entraron. Decidí irme al hotel con la promesa de que nunca, pero nunca, recibiría un beso en la frente… por lo menos no en la entrada de una casa de empeño.