De niña siempre me causó mucha risa ver los episodios de las comiquitas donde aparecía Pepe Le Pew. Me hacía mucha gracia ver cómo el zorrillo confundía a la gata que accidentalmente se había teñido el lomo con pintura blanca y más aun ver cómo la pobre evadía los intentos amorosos de él. Hoy no dejo de reconocer que pese a lo gracioso, Pepe Le Pew actuaba como un verdadero psicópata, y pienso en la gata, tan aturdida por el acoso y especialmente por el olor del zorrillo.
Hace poco tiempo regresaba a casa en Metro con una amiga. Mientras conversábamos sobre tantas cosas, surgió el inevitable tema de las parejas: que si qué difícil es encontrar a alguien que llene todas las expectativas; que si los que te gustan están ocupados, etc. De pronto en una de las estaciones entró una pareja muy particular, era literalmente una pareja de indigentes, y fue precisamente el olor de él lo que me hizo evocar a Pepe. Al ver el trato que él le daba a ella, tan amoroso y delicado, tan besucón y entusiasmado, pensé en cualquiera de los episodios en los cuales el zorrillo derrochaba besos y elogios sobre la gata; pero como si se tratara esta vez de un capítulo en el que por fin es correspondido, ella, nerviosilla como la gata de las comiquitas, disfrutaba el cortejo incesante, público y tierno; incluido el olor, estoy segura.
Puedo asegurar también que todos los que viajaban en el vagón estaban atentos a la escena, nadie se quejó del olor, como sí suele ocurrir cuando en horas pico se monta algún zorrillo; todos observaban a la pareja, tan romántica, tan felices y tan fuera de este mundo. Pienso que cuando no tenemos a quien amar hacemos falsos ideales de lo que pensamos que sí nos gustaría, pero la verdad es que cuando llega “ese” que despierta “eso” en el corazón, los demás sentidos se atrofian y todo se ve, se siente y huele maravillosamente bien. Lo percibí colectivamente ese día, en el que una escena de amor pudo más que el mal olor en un vagón sin aire acondicionado. Ojalá Pepe Le Pew aún la esté pasando bien.