viernes, 8 de octubre de 2010

El valor de un gallo



Hace días conversaba con una viejita apureña que conocí en el Metro. Ella me contaba muy entusiasmada que en su monte, como ella misma lo llama, la Madre Tierra le provee de todo lo que necesita. Por ejemplo, me dijo que nunca en su vida ha necesitado de ningún aparato eléctrico que le recuerde que debe salirse de su hamaca porque el gallo del corral canta tempranito y le anuncia que ya casi sale el sol. Qué maravilla, ella sólo alimenta a su gallo con los restos de comida y algo de maíz y a cambio tiene no sólo su bello canto cada madrugada; también él se come cuanto bichito anda por ahí, monta las gallinas y hasta le espanta los malos espíritus.

Tres días después de la tertulia con la señora, vi en Plaza Venezuela un episodio revelador, muy relacionado con lo que ella me comentaba. En la cola por la zona demarcada para ingresar al vagón, casualmente ordenada ese día, observé a un señor que llevaba algo que se movía dentro de una funda de almohada. En mi afán por ver qué cosa viva viajaba clandestinamente, decidí perseguirlo hasta que no me resistí y le pregunté qué era. El señor me respondió con hechos, con mucha sutileza abrió la funda y rápidamente asomó la cabeza un lindo gallo blanco y marrón, asustado y acalorado por el encierro.

Mientras él le daba un poco de aire con su mano y los otros curiosos se acercaban para ver al gallo casi asfixiado, tuve una visión ecológica de cómo emplear soluciones naturales y económicas a varios de los problemas que nos aquejan en el bizarro mundo de nuestro subterráneo transitar. Pensé que como muchos usuarios aún no han entendido la razones por la cuales no deben ingerir alimentos en el sistema Metro, los gallos, y por qué no algunas gallinitas, podrían servir de exterminadores naturales de las miles de chiripas que también viajan, se casan y se reproducen en los vagones a causa de las toneladas de migajas de comida y papeles de chucherías que lanzan al piso. Esto, a su vez, evitaría emplear algún químico en polvo o líquido que además de matar a la plaga también exterminara a los usuarios débiles de salud, en vista de que no hay extractores de aire y de que el aire acondicionado nunca funciona.

Otra fortaleza del gallo es su hermoso canto, el cual surgiría sin problema alguno dado que desde hace mucho tiempo nuestro Metro no dista mucho de parecer un gallinero. Ya me imagino unos cuantos ejemplares con sus chalequitos identificados, colocados en unos tablones sobre cada puerta y con un mecate atado a la cola, que llegaría hasta el operador del tren, quien en vez de accionar la tradicional señal de cierre de puertas, sólo tendría que halar el mecate para que el gallo cantara. Esto sustituiría el estridente sonido de la alarma que deja los oídos de quienes están cerca de las cornetas con unos decibeles menos de captación. Los tablones, bordeados de alambres de púas tricolor, evitarían asimismo que los usuarios con menos cerebro que el plumífero se guinden de esa parte de la puerta para entrar a presión cuando ya no cabe ni una chiripa más, lo que a su vez también eliminaría lo empujones e insultos innecesarios, unos cuantos pisotones y las mentadas de madre que generan más peleas que soluciones.

Ese chillido del gallo cumpliría otra importante función: romper la mala vibra que tras cada cierre de puertas dejan las maldiciones que lanzan los usuarios por los retrasos, por la falta de aire, por aquellos que se atraviesan en las puertas, por los que llevan su música a todo volumen y aún no saben convivir en un espacio público, por los que hablan mal del prójimo, en fin, por todo aquello que podría solucionarse con un poco de voluntad por parte de todos. Por último, para fomentar el reciclaje, los usuarios aprenderían a clasificar los desechos en sus hogares y le traerían a los gallos todo aquello con lo que éstos pudieran alimentarse, de esa forma se estaría desarrollando un proyecto autosustentable.

Y si en algún episodio desafortunado un gallo resultara herido, pues simplemente alguien podría llevarse su gallo muerto y garantizar el sancochito de ese día. Nada mal para estos tiempos de crisis económica y ambiental.

Gracias a la señora apureña con quien hablé ese día, de quien, por cierto, no sé su nombre.

2 comentarios:

Ivette dijo...

Esto me recuerda una canción horrible que escuchaba mi papá (no estoy diciendo que tu entrada sea horrible, es la canción y la mención del gallo.. tú también la debes recordar: "ay, quien pudiese tener la dicha que tiene el gallo..." jajajajjaa...
Ahora en serio, por qué no creamos (idea más para alimentar todas las ideas buenas contra los malos habitantes de Caracas) la Brigada de Pisadores Oficiales del Metro de Caracas.. serían los encargados de pisar a cada pendejo que se atraviesa en la puerta de entrada y te miran con aire de: son ustedes unos imbéciles, entren, entren si pueden.. yo saldré primero, pero antes no dejaré que entren fácilmente, yo soy más vivo(a) y más arrecho(a)".. Detesto a los malos usuarios del metro de Caracas...
Quiero pisarlos y ¿codacearlos?

TaniaS dijo...

Hola Rosario. Felicitaciones por ese Blog y publicación. Interesante la propuesta del gallo en el metro, que imaginación! en ese mundo tan convulsionado en Caracas...Aqui en puerto ayacucho aún disfrutamos del descanso en un chinchorro...!Saludos