Todos aquellos que saben de qué se trata la frase “fantasías animadas de ayer y hoy presenta…”, inevitablemente tienen en su memoria los esperados momentos de las comiquitas, que sólo se podían ver en horarios específicos, pues no existía ningún canal dedicado sólo a ello, como hoy que hay para elegir, todo el día si uno quiere. Muchas de esas que llamamos clásicos permanecen frescas en mi memoria, porque me gustaban muchísimo y porque no he dejado de verlas, sólo que en versiones diferentes.
Puedo asegurar que casi a diario veo, por ejemplo, a la abuelita de Piolín en las horas pico, por supuesto en el Metro. Cuando la vi por primera vez, cuando esa abuelita me permitió evocar aquellos dulces momentos de mi infancia, lo único que pude hacer fue reírme a solas porque no hallé con quién compartir el viaje en el tiempo; pero ahora, después de verla tan seguido y de ser parte del episodio y, en ocasiones, víctima de ella, no me parece tan gracioso como preocupante.
Esa abuelita ya tiene, diría yo, un arquetipo. Sé que el tema es delicado, especialmente porque se ha reforzado el respeto y la consideración a las personas de la tercera edad, cosa con la que estoy de acuerdo, pero cuando se trata de abuso la edad no es una excusa, sobre todo por parte de quienes han vivido más, pues se supone que han tenido más años de entrenamiento en el uso de las buenas maneras, costumbres, hábitos, de lo que en casa se llama “educación” y usarlas debería ser tan natural como respirar.
Nuestra singular abuelita tiene aspecto dulce e inofensivo, usa el Metro en horas pico, se ubica en los vagones más congestionados; se coloca en cualquier parte de la cola –sin siquiera pedir permiso o disculpas por haberte clavado el tacón con todas sus fuerzas justo en el dedo donde tienes un callito de esos que matan-; reparte codazos con una habilidad única, como si estuvieran poseídas por Jackie Chan –en esos momentos la osteoporosis desaparece mágicamente y en su lugar salen unos codos retráctiles de adamantium-, de sus tiernas bocas arrugaditas salen unas mentadas de madre que llegan, por lo menos, a la tercera generación y para rematar, si llevan el clásico paraguas o el bastón agarrado con sus manos huesuditas y entrenaditas de tanto hacer deliciosas arepitas dulces con anís y queso rallado, pueden superar la habilidad de cualquier samurai. Me pregunto si el Metro funcionaría mejor con un equipo de abuelitas como estas que con el cuerpo de seguridad que posee. A propósito de la sesión de imaginación creativa de la que ya hablé, creo que estas señoras podrían formar una especie de escuadrón secreto contra el hampa que cada día crece más en nuestro Metro… seguro seguro tienen éxito.
La imagen la tomé prestada de http://pre-juicios.blogspot.com/2007_08_01_archive.html
1 comentario:
Jajajajaja, el grupo táctico se llamaría: LAS ABUELITAS SUPERPODEROSAS. ¿Recuerdas Madagascar I? Es que en nuestro amadodiado metro de Caracas creo que vamos a conseguir todos los caracteres humanos, incluso los que aún no hemos imaginado. Las abuelitas, jajajajajaja. ¿No cuentas lo que te provocó hacerle a la abuelita de Mister Hyde? No, mejor no, eso se lo dejamos a la imaginación. Por fa, prométeme que alguna entrada va a ir dedicada a nuestro amigo, al Conde del Guácharo de Carapita...
Excelente tu entrada, me encantó. Me hizo recordar muchísimo a las abuelitas protectoras de "ani..", digo, de deportistas... ya sabes a lo que me refiero.
Excelente, de verdad, me he reído mucho y soy solidaria contigo. Tienes razón. Yo trato de alejarme cuidadosamente de estas dulces viejitas, pero sé que en las horas picos es casi inevitable.
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