sábado, 16 de mayo de 2009

Moco a la carta

Cuando se trata de temas tan íntimos como escatológicos, por ejemplo sobre los mocos, bien vale la pena emplear una pregunta retórica: ¿quién en su vida no se ha comido un moquito? Por supuesto que durante la infancia esta práctica suele ser divertida y hasta cierto punto graciosa y permitida. Mi hijo de 6 años aún se los come, pese a las miles de advertencias y regaños. Siempre le digo los típicos argumentos: “eso es feo”, “eso es cochino”, “eso no se hace”, “te vas a abrir un hueco adicional a los dos que ya tienes”, "un día de estos te va a salir un gusano por esa nariz", "el dedo se te va a poner verde de tanto que te lo metes en la nariz", entre otros que puedan servir para que él deje de comerse los mocos. Por supuesto que después de repetirlo tantas veces, él ha entendido que, por lo menos en público, no debe hacerlo.

A diario viajo en Metro, con mis respectivos audífonos –sobre ese tema hablaré luego-, y como tengo los oídos ocupados los ojos están alertas más allá de lo normal, así que me dedico a observar descaradamente a todo aquel que viaja en el mismo vagón. Creo que tengo material para escribir una enciclopedia sobre las prácticas más comunes de los viajeros del Metro, seguro que sí. Para no darle más vueltas al asunto, les diré que “la comedera de mocos” es una de las que más me llama la atención. Es increíble observar el nivel de abstracción, meditación y quién sabe que otro estado profundo de la mente al que llegan los comemocos, tanto que se olvidan de que hay un gentío observándolos. He visto comemocos profesionales, sí, esos que se sacan disimuladamente el menú de la nariz, lo atrapan entre los dedos índice y pulgar, lo bajan a la altura de las rodillas –generalmente van sentados- abren un poco los dedos y miran el bocado con el rabo del ojo y luego de certificar si tiene la textura y color deseado – es lo que me imagino- van y se lo comen. También están los descarados, aquellos quienes simplemente introducen el dedo, palpan el manjar y lo llevan con mucha naturalidad hasta la boca, y punto. Pero mis favoritos son los juguetones, aquellos que, luego de sacar la chuchería del horno, la toman entre sus dedos, hacen rollitos, pelotitas o quién sabe qué y luego, sin pudor alguno, la saborean con la tranquilidad del niño que está viendo alguna comiquita en la comodidad de su habitación.


No juzgo a los comemocos del Metro, ni a los que lo hacen mientras manejan o en otras situaciones; pero hay que reconocer que ciertamente la cosa se ve fea, cochina y rara, independientemente de que quien lo hace esté en pleno Nirvana. No sé si los psicólogos tienen alguna denominación científica para catalogar este hábito, la verdad no sé de ningún dios griego al que se le pueda atribuir el síndrome o complejo, así como el de Edipo; no he sabido tampoco de ningún grupo de ayuda dirigido exclusivamente a los comedores compulsivos de moco, sin embargo creo que debería hacerse alguna campaña por lo menos para que quienes disfrutan de degustar la cosa en cuestión en público, tengan piedad de quienes no lo hacen. Yo voy a contribuir con esta causa, seguiré trabajando duro para que Guille deje de comerse los mocos.

3 comentarios:

Ligia dijo...

De verdad que me gusto este artículo, así que voy a proponerme revisar la parte psicoterapeutica, con respecto a este hecho de comer moco, muy interesante realmente.

Ivette dijo...

No has escuchado aquello de "más contento que muchacho comiendo moco"????? Tu hijo cumple con el proceso natural de ser feliz, mientras puede, es decir, en la dulce etapa de la infancia... jajajajajajajaja, a mí me encanta la cara que pone Guille cuando se los come (aunque sí, te apoyé en el regaño público).. y aunque no comparto su gusto.. nadie puede negar que esa cara de estar en el nirvana de la escatología es hermosa...

Martha Arango dijo...

retchiAmiga, bienvenida al mundo Bloggero, hace mucho que esperaba leerte, y no en vano lo hice porque empezaste con muy buen pié, estos temas estan muy frescos y revelan esa parte social que todos queremos solapar. Uno de estos días en mi trayecto en metro de vuelta a casa observé atentamente una persona que se comía sus lagañas, lo hacía con tal ensimismamiento que parecía un tic nervioso, en su cara reflejaba que realmente lo estaba disfrutando, vaya cosas extrañas que ve una en la calle.
Nuevamente bienvenida... serás bien recibida en mi rinconcito, mundo de poesía y erotismo