
Llegó abril y con él los camiones cargados de frutas que se venden, a punta de megáfono y robo de sueño tempranero, en las avenidas de las zonas populares. Abril y sus frutas reviven el imaginario eufemístico de estas mentes golosas y obsesivas por un par de cocos o de melones debajo de cualquier blusa; por las patillas al final de la espalda, por cualquier boca de guayaba dulce.
Cuando los árboles de las avenidas cobran venganza y nos devuelven el maltrato del smog en forma de millones de mangos que se descomponen en las aceras, algo mágico ocurre en la ciudad. Caracas se perfuma y se adorna de gemas amarillas y los caraqueños se contaminan de una sensualidad frutal que muchas veces llega a las fronteras de la escatología. De pronto las mujeres son mangos también y los hombres insisten en querer llegar hasta la semilla, aunque sea con palabras callejeras.
En abril todo huele a frutas…
En la imagen, los fruteros que están a la salida del Metro, muy cerca de mi casa.
De nuevo nos acompaña Oscar D’León, esta vez con el frutero, ¡disfrútenlo!