Quien haya tenido la
delicadeza de detenerse a observar esta ciudad, habrá notado que por nuestras
calles abundan las matas de mango. Esas matas –porque en Venezuela un árbol
frutal también se llama mata- están entre mis favoritas, por eso las vigilo,
les rindo culto y las he designado como el destino final de mis cenizas. Como
consecuencia de mi fascinación por la mata, la fruta está también entre mis
predilectas, pero cuando está madura, amarillita, con ese olor que seduce…
Desde hace no sé cuánto
tiempo, en nuestras calles caraqueñas el mango ha hecho su punto, pero no tanto
en sus ramas como en las esquinas. Los contemplo siempre empaquetados en
bolsitas transparentes, revestidos de adobo y sal, sobre las tapas de
ventiladores que alguna vez espantaron el calor y los zancudos de algún mortal
y que ahora, colocados en círculos, alrededor de las botellas vacías de agua
mineral que fueron convertidas en condimenteros, contrastan su particular color
verde amarillo con las prendas multicolores, la piel morena de las señoras que
le dan vida a ese negocio y el cuñete vacío de pintura o de aceite donde
descansa la humanidad de la vendedora.
Tengo tiempo obsesionada
con esa imagen, el contraste visual de todo ese conjunto me fascina, pero más
allá del cuadro que dibuja en mi mente, son las preguntas acerca de la
conjunción de todos esos elementos los que atrapan mi atención. Cada vez que veo
una vendedora de mango verde me pregunto qué relación hay entre el mango y la
tapa del ventilador, ¿por qué una tapa
de ventilador convertida en bandeja?, ¿cómo han hecho para conseguir tantas? En
este punto mi imaginación vuela… ¿salen de noche y asaltan las casas donde hay
ventiladores?, ¿las compran?, ¿las encargan por catálogo? ¿Cómo hacen para que
todas usen los mismos instrumentos de trabajo?, ¿existe un sindicato de
vendedoras de mango verde?, ¿tienen un código de ética y comercio?, ¿cómo
llegaron a la conclusión de que es el cuñete vacío la mejor opción para
sentarse?
De momento mis preguntas
están sin respuestas porque ya hice el intento de entrevistar a las señoras y
la barrera lingüística –casi no hablan español- junto con la desconfianza hacia
una loca que, con emoción, les pregunta por la relación entre el mango verde y las
tapas del ventilador no han servido de mucha ayuda… pero como soy optimista
seguiré insistiendo, buscaré alguna forma de entrar en ese círculo y satisfacer
mi curiosidad.
Mientras tanto me sigo parando disimuladamente al lado de ellas,
espiando… inspirándome en su grito de guerra: ¡mangow verdei cown saaalll! a ver
si de pronto me ilumina y se me ocurre una idea mejor que el acoso.
2 comentarios:
yo particularmente no puedo evitar comprar un mango verde cuando le paso al lado de una de estas señoras, me encanta! me van a dejar en la quiebra porque siguen apareciendo cada vez mas! saludos!
¿Sabías que el mango es originario de la India y zonas del sur asiáticas? ;)
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