Una señal de envejecimiento es la pérdida de la capacidad de asombro, por eso me gusta viajar en el Metro, porque veo tantas cosas extraordinarias que me siento como una niña de 7 años, el Metro es mi fuente de la juventud.
Mientras hago mi trayecto cotidiano escucho música, me imagino cosas y observo otras. De vez en cuando, si alguna conversación está interesante o hay algún evento que amerite más atención que la visual, me quito los audífonos y concentro mis sentidos en eso, especialmente si la mayoría reacciona y pide el linchamiento de algún usuario, que fue lo que le ocurrió a la loca del tenedor.
La protagonista de este relato tiene alrededor de 40 años, es lo que aquí llamaríamos una persona normal: cara común, ropa común, cuerpo común, tan común y tan normal que cansada de tantos atropellos decidió valerse de un objeto común para solucionar algo que ya se considera normal entre los usuarios del Metro: la falta de respeto, de consideración y de tolerancia.
Para poder ingresar al vagón, Madame Tenedor, nombre con el que he decidido bautizar a mi nueva heroína, decidió una mañana a las 7:45 abrirse paso con pinchazos a diestra y siniestra entre los usuarios mal vivientes que se quedan atravesados en las puertas. Ataviada con una corona de tenedores de plata y otro muy pequeñito y filoso en la mano, ella materializó lo que muchas veces he pensado debería ocurrir, que alguien tomara acciones contra los abusadores de oficio que no respetan las normas de sana convivencia en los espacios públicos.
Algunos problemas no ameritan soluciones homeopáticas, no justifico que la violencia se combata con más violencia, pero sí aplaudo la determinación de mi heroína por hacer algo cuando el sentido común de los usuarios no funciona y el sistema no actúa a pesar de tantas quejas, señales, comentarios, peleas, gritos y otras formas de agresión. Si a este mal no se le encuentra una cura rápidamente, vendrán Mr. Pistolón, el Sr. Navaja y el mismísimo Jack el Destripador a vengarse de un sistema indiferente, que va estimulando la formación de sociópatas en vez de la de ciudadanos.
Yo, mientras no vea que esto cambia, le rendiré culto a Madame Tenedor, eso sí, estaré un poco más paranoica de lo normal y bien lejos de la entrada de los vagones, no vaya a ser que en medio de uno de sus trabajos como justiciera la señora se confunda y me puye un ojo.
Como no pude fotografiar a Madame Tenedor, cosa que es usual en los superhéroes, mi querida comadre, a quien le dedico con mucho amor este post, se prestó como modelo.